Recordando el terremoto del 10 de octubre de 1986

Era el tiempo de la guerra. En ese entonces yo estaba de alta en el Destacamento Militar No. 4, de Morazán. Mientras San Salvador estaba sufriendo el terremoto, mis soldados de la primera compañía del Batallón Cacahuatique (foto) y yo estábamos caminando hacia el pueblo de Corinto. Debido a la gran distancia a que estábamos del epicentro y a que íbamos caminando, no sentimos ningún movimiento del terremoto. No fue sino hasta que llegamos a Corinto algunas horas después que nos enteraremos por la radio militar sobre el terremoto y la gran destrucción que había causado en San Salvador y sus alrededores.

Los combates cesaron casi por completo a nivel nacional por algunos días, pues la guerrilla declaró una tregua unilateral por el terremoto. Pero nosotros en la Fuerza Armada continuamos en el terreno, patrullando y cuidando pueblos e instalaciones en todo el país.

Desafortunadamente, a nadie del cuartel de Gotera se le ocurrió enviar a alguien a San Salvador para averiguar sobre los familiares de los que andábamos en operación. En Morazán solo algunos oficiales y cadetes vivíamos en San Salvador; todos los soldados eran de Morazán.

Mi compañía apenas estaba comenzando el período de 24 días que debíamos estar en el terreno en operación.

A los dos días del terremoto sin tener noticias de mi mamá y de mis dos hermanas que vivían en nuestra casa en la Colonia América de San Jacinto, San Salvador (foto, tomada recientemente), le pedí a uno de mis soldados que conocía San Salvador y tenía familia en Soyapango, que fuera a averiguar qué le había pasado a mi mamá y a mis hermanas. Pero le dije que pasara a ver a su familia primero. Le di todo el dinero de emergencia que andaba y varias latas de mi ración de comida para que les llevara. Se fue en el helicóptero de abastecimiento que nos llevó nuestras raciones al Alto del Aguacate, al norte de Corinto, un lugar muy bello con montañas desde las que se ve Honduras.

Varios días después el soldado (conocido cariñosamente por su sobrenombre “Cabra”) regresó en el siguiente helicóptero de abastecimiento a nuestra posición en el Alto del Aguacate. Me dijo que encontró a mi mamá y a mis hermanas durmiendo en la calle, pues el techo y parte de nuestra casa estaban bastante dañados al haberle caído encima un muro de una fábrica de muebles abandonada que estaba contiguo a la casa. Pero gracias a Dios ellas estaban bien. Les dio el dinero y las latas de comida que les había enviado.

Todavía este día, mi mamá recuerda con mucho cariño la comida enlatada que les envié.

Todo esto me recuerda que todo momento es un buen momento para darle gracias a Dios por nuestras vidas y por nuestra salud. Todo lo demás es por añadidura.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *